O Sánchez o democracia. Esta es la decisión que en este preciso momento los españoles tienen y van a tener en sus manos. El acoso y el derribo que en las instituciones y en nuestra arquitectura constitucional hizo el presidente del Gobierno adjuntado con sus asociados, pide una contestación instantánea por la parte del grupo de la sociedad. Jamás antes, desde la Transición y desde el instante en que se ratificó en la mayoría de los casos la Constitución, el país había sufrido el desafío al que en este momento se encara, con la calidad de la democracia cayendo en picado y los organismos públicos asaltados por un señor que, en su concepción autocrática del poder, ejercita lo mismo como un emperador o jefe de Estado.
España está tolerando el peor periodo de crisis política y democrática. De ahí que es urgente que la oposición se una y reúna para dirigir una opción alternativa a ese gobierno Frankenstein que está arruinando toda visión de futuro. A el interrogante de si es requisito y es requisito articular una petición de censura, la contestación ha de ser irrevocable: sí. Su pertinencia no obedece al inesperado éxito de exactamente la misma, pues la aritmética parlamentaria no asistencia, sino más bien por el hecho de que impulsarla forzaría a inmovilizar inmediatamente todas y cada una de las acciones y leyes que Sánchez, con el dedo autocrático y déspota, procura realizar. Demorar la reforma de los delitos de malversación y sedición, inmovilizar su perdón a golpistas y ladrones, mucho más su enésimo ataque a la justicia, forzaría a Sánchez a retratarse en periodo electoral, donde la ciudadanía está mucho más alarma que jamás y disculpa menos a las patrañas de quien por la tarde desmiente con sus hechos lo que por la mañana asegura con sus expresiones. Si bien tratándose de Sánchez, nada es realmente difícil en su felonia continuada.
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